˙ɹɐzǝdɯǝ ɐ ɹǝʌloʌ ou énb ɹod 'opoʇ ǝp séndsǝp ǝnb sǝ osɐɔ lǝ



Todavía.

Todavía creo en las posibilidades y en lo sobrevalorados que están los imposibles. En las ganas, la fuerza de voluntad y la ilusión. Todavía me queda algo por lo que creer en los sueños por muy grandes, inalcanzables o difíciles que parezcan. Lo del destino sigo pensando que es un cuento chino, que lo de estar predestinados es un cuento que nos hemos inventado para justificar el no pudo ser. Que nosotros somos los únicos responsables de nuestra vida, de nuestros pasos, aciertos y fallos. Todavía creo en las buenas personas, que no quita que a veces fallen o se equivoquen o la metan hasta el fondo, la pata. En que todos tenemos derecho a perdernos y a volver.


Volver.

Volver a dormir. ¿Cómo se hace para dormir cuándo el insomnio sonríe tan bonito? ¿Cómo te frenas y pones barreras ante lo que te hace sentirte tan fuerte que serías capaz de sostener el mundo con un dedo? Al mundo, ese moco azul del universo que gira alrededor de una rubia sin preguntarse por qué. Simplemente lo hace. Todos los días, hasta que la luna aparece. Y por qué no dejarse llevar por la Newtoniana gravedad y leyes varias que nos impulsan a seguir ahí, a sentirse pólvora a punto de estallar pero permanecer ahí; jugando con fuego, escapando del agua y soñando con bailar bajo la lluvia entre sus manos. ¿Cómo vivir sin tu vital marcapasos? Sístole con diástole; pu pum, pu pum. ¿Por qué no pactamos infartos? No sé por qué deberíamos dejar pasar lo que queremos por lo que debemos. Cenemos bajo nuestras estrelladas ganas plasmadas en los culos de las luciérnagas que están posadas en el cielo mientras cenamos algo rancio en la sala o en la cocina y meto mano a todo, pero bajo la mesa. Mientras te dejas el gas abierto y estallamos por los aires. Mientras comprobamos que lo cortés no quita que quiera tener los pies apuntando al techo en vez de tenerlos en la tierra. Olvidando lo ética y moralmente permitido y ya veremos después.

Después.

Después de todo, siempre queda volver a casa con las manos en los bolsillos y hurgar con el dedo índice ése pequeño agujero que pronto será abismo. No acostumbro a hacerlo, pero cuando me da por levantarme por la noche y abrir la nevera, suelo ver que ya no me quedan milagros, así que ya me dirás tú lo que hacemos. Bajar al infierno debe de ser algo así como eso; abrir la nevera y no ver esa luz que te ilumina cuándo sabes lo que buscas pero no está. Y si os soy sincera, a pesar de ello, nunca me he parado a mirar el modelo de bombilla de mi frigorífico. Siempre recurro a coger un papel de notas, añadirle un poco de celo con el que pegarlo a la puerta y apuntar "comprar arma" sobre el viejo post-it en el que escribí "cobarde" y bueno. Sigo sin la luz que me gusta. Pero siempre queda volver a la cama y poner esa canción melancólica que te hace seguir vivo mientras te entran ganas de asesinar al cantante por saber plasmar a la perfección tu caso.

Caso.

Caso perdido. 


CONVERSATION

0 comentarios:

Publicar un comentario