Ey, dile que me has olvidado. Que duermes
conmigo cuando ella no está y que cuando agarras sus caderas cierras los ojos
para imaginar que son las mías... Vamos, dile que te encanta que me hagas
cosquillas cuando me agarras por la cintura y que con la misma boca que le
besas me dices que me quieres, y que te gusta ella cuando no se alisa el pelo
porque tocar sus ondas es lo más parecido a tocar mis rizos cuando me los
colocas tras la oreja. Vamos, cielo, dile que la sinceridad te ha llenado el
corazón y la moral te obliga a ahogarte.
Hazla un favor y dila que yo ya no soy una piedra en vuestro
camino, que ya no volveré a estar ahí. Cuéntale que siempre hemos tenido
algo pero nunca hemos llegado a hablarlo, que nuestro orgullo es más fuerte que
nuestras ganas y que cuando uno cede el otro retrocede. Que ella se lleva las
publicaciones y yo las desilusiones. Dila también que nunca fuiste capaz
de echarle dos cojones aunque te murieses de ganas de ello. Que a pesar de la
calma que ella te aporta, nunca serás capaz de olvidar el caos que yo te
proporcionaba. Ese caos nuestro. Ese caso perdido entre besos y peleas de
almohadas. Dila que te odio por ello pero que te quiero a rabiar. Que es mutuo.
Que puede odiarme por vuestras malas rachas que no me afecta. Que puede
insultarme, ponerme motes o desear que desaparezca... Pero cuéntale también que
si no me voy es porque tus actos me lo ruegan cada mañana, cada noche... Y
porque mis razones me lo prohíben, pero mis latidos no lo secundan. Así que
eso; vía libre si quiere odiarme pero que no espere que me joda porque para eso
necesita más.
Por último, dile que yo me desapunto de esto. Que le dejo todo lo
que ella quiere. Te dejo a ti. En el fondo, ambos sabemos que siempre te ha
gustado lo accesible y seguro, que soy demasiado complicada para ti. Pero
recuerda que hay caminos que son sólo de ida. Que cuando vuelvas a buscarme
cuando eso te sepa a poco no encontrarás nada. Que me he enamorado. De la vida.
De mi. De la libertad sentimental. De odiarte por todo. Así que corre, pronto
te tocará ella al timbre para ver esa película en tu sofá; nuestro sofá.
Abrázala como me abrazabas a mi mientras repetías lo mucho que te gustaba mi
colonia y lo suave que era mi piel y dila que tenéis que hablar.
Y no es un reproche, es una despedida, mi vida. Sé feliz. Al fin y
al cabo siempre me gustaste por eso; tu indecisión, tu titubeo sentimental...
No cambies, pero ahora que te viva ella y descubra lo perfecto que eres
dentro de tu desastre y que descubra cómo soy yo cuando se te escape mi nombre;
su odio hacia mi te enseñará a ti cuán perfecta soy para ti ante ojos ajenos.
Será directamente proporcional.
Te odio.
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