Y mirar sus ojos como mira un naufrago tierra firme, como mira un
sediento una fuente. Y su mirada estaba limitada por la linea del horizonte, es
decir, por su incapacidad humana de ver la curvatura de la tierra. En la noche
y la trasnoche, y el amor y el transamor y cambiando horizontes finales, tu y
yo. Asimilando horizontes me encuentro, y ¿Qué más da si el mundo es
redondo o es plano? Imaginar al mundo como disgregado en la atmósfera que
lo abraza todo. Crear visiones y metas y besos y lugares venideros y saber que
siempre serán lejanos, inalcanzables como todo ideal. Pero sigo con la
necesidad de ver el horizonte, de ver un poco más allá, es lo que nos salva,
querer más de lo que tenemos, explorar nuevos lugares sin caer en la realidad
de que no conocemos ni nuestra propia ciudad. Pero ¿Qué más da? Mejor conocer
Irlanda, Canadá, Letonia, Estados Unidos, y no conocer la belleza y los
rincones de nuestra propia ciudad;
en el fondo, los rincones de nuestra ciudad, no se van a mover de
ahí ¿Verdad? Ilusos nosotros. Nos empeñamos en descifrar personas sin haber
empezado a codificarnos nosotros mismos.
Horizontes. Inexplorados amaneceres, lugares que no han sido
conquistados y marcados con una pisada humana, una bandera y una foto y frase
guardada para el recuerdo. -
Mundo, tenemos un problema. Los humanos no hemos conseguido viajar al
horizonte.-
La novedad atrae la atención y las ganas de catar pero créeme
cuando te digo que la costumbre lo hace desaparecer todo cual tornado por
Estados unidos. Entonces, cuando la costumbre nos inunda, apenas nos dignamos
en mirar más allá de nuestras narices, ¿Qué me importa el horizonte si de ahí
no se va a mover? Y dejaríamos de flipar, asombrarnos y fotografiar el Arco
iris si éste permaneciese fijo entre nuestro cielo y tierra, entre la magia que
producen el sol y la lluvia. El horizonte es negro, la tempestad amenaza;
trabajemos. Creo que es la única solución para este mal del siglo.
Como se suele decir, horizonte claro con cielo nublado, buen
tiempo declarado. Y con eso me quedo, con que empecemos a fijar metas y no nos
desviemos. Tenemos la mala costumbre de empezar algo y no acabarlo. Éste texto
por ejemplo, ¿Qué quieres que te diga? Al principio iba a ser un texto en el
que te iba a contar melancólicamente lo que es querer a alguien que ya ha
decidido mirar hacia el horizonte del sur dejándome a mi con el del norte, y he
terminado hablándote de metas, de decisiones. La utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos, él se aleja dos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Entonces, ¿Para qué sirve caminar en esta utopía horizontal? Para eso, sirve
para caminar. Para seguir adelante, para explorar lo que no conocemos y
afrontar que las cosas ya que desgraciadamente, solas no se hacen, tenemos que
lucharlas.
Y déjame que te diga que por más que quieras, quiera, queramos, el
horizonte no va a cambiar. Jamás será vertical. Tenemos que resignarnos a mirar
a lo lejos y más allá, mirarnos, mirarse y mirar. La ilusión de la profundidad
del conocimiento y de la trascendencia, tiñen en el horizonte su metáfora más
expresiva y singular. Esa linea recta que cruza la ventana de la mirada, una
linea de agua que ahoga la experiencia en la existencia. Incierta y excitante
posibilidad que agota todas las posibilidades accesibles. Accesibilidad a
conquistar y alcanzar eso que se nos escapa de las manos y ni siquiera sabemos
para qué lo queremos.
Materiales. Nuestros triunfos los queremos materiales, físicos,
visibles. Y nos olvidamos que el vidrio, señoras y señores, es uno de los mas
antiguos materiales, quizás, y encima, uno de los más resistentes. Os recuerdo
que es transparente.
Así que deja de intentar alcanzar horizontes con el propósito de
que tu nombre parezca en los próximos libros de texto porque no encontrarás
nada. Mírate a ti mismo y cuando conquistes tu propio horizonte vertical,
podrás empezar a dar pasos hacia delante en busca de nuevos. Hasta entonces,
utopía vertical.
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