Las prisas las risas; las siestas, las fiestas; las copas las
horas; tus días y mis idas... mis venidas.
Es abrir los ojos y sentir un rayo de luz que entra entre las
rendijas de la persiana y a la vez ver cómo te funde al sentirte vampiro
expuesto a la luz. Es como cuando te abrazo, es como que a veces te quisiera
estrangular y otras veces, desearía no soltarte nunca. Es como si no supiese lo
que quiero, pienso, digo, hago... simplemente ocurre, me dejo llevar. Será que
se me duermen los pies si hago siempre las cosas igual; la rutina dicen
algunos; el paso inmóvil del tiempo que digo yo.
Y entonces, ¿Qué hacemos? A veces ocurre que tenemos ganas de
montarnos en un tren destino a ninguna parte. Coger una mochila con un kit
básico de supervivencia -tu camiseta, el collar que me regalaste, la muestra de
colonia que tanto te gusta, la almohada sobre la que hicimos planes, el vaquero
que me compré contigo y el cepillo de dientes que dormía junto al tuyo cada
noche como desde hace años- e ir a la estación de trenes. Sentarnos en el banco
del andén en el que te veía todos los días de lunes a viernes cada semana, esperar
a que llegue un tren, y sin mirar ni siquiera hacia dónde va, montarnos.
Encender el Ipad. Apagar las luces o cerrar los ojos, lo que mejor nos venga.
Pensar. O mejor no. Pensar es para los que quieren complicarse la vida con eso
que llaman moral. Y entonces sonreír; sonreír porque siempre hablamos de los
trenes que dejamos marchar pero nunca hacemos hincapié en la cantidad de trenes
que sí cojemos.
Yo he dejado pasar trenes, he cojido taxis que me han hecho
esperar menos en la parada. He llegado tarde en numerosas ocasiones a la
estación y llorado sentada en las vías, he disfrutado del sol que entra por las
ventanas del vagón mientras escuchaba nuestro tema, he perdido apuntes que se
me han salido volando por la ventanilla debido a la velocidad del transporte
pero a veces pasa, ¿No? Al final, puerta o ventanilla, hay que elegir. Quedarse
o huir. Esperar o correr. Pero, ¿Sabes qué? no me arrepiento de nada, si he
llegado tarde a por trenes ha sido porque he disfrutado de quedarme en la cama
durmiendo cinco minutos más que me han dado la vida; sí, he perdido apuntes que
han salido volando por la ventanilla, pero entró en el examen y me acordaba a
la perfección de cada rincón y formación fisiológica y estructural de tu
sonrisa; he montado en trenes que iban a otra parte, pero he conocido mundo,
otros brazos, otras caricias, otras formas de amar... pero no me arrepiento; me
ha servido para saber que el tren que más me gusta es ése en el que tú eres el
maquinista, yo la turista y lo incierto, el destino.
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