Los recovecos de Nueva Orleans.

 Hay personas que huelen a libro viejo, personas que atrapan en sus ojos color café la luz que mi apolillado recuerdo perdió una noche en la que se despistó en  medio de la niebla producida por el calor que salía de aquella taza de moca. Las hay que son tan bonitas que hacen que la noche sea fea a su lado, vestidas de motas de luz de luna que la persiana deja pasar a la habitación. Tan precioso que la noche me parecía una mierda a tu lado. Tan precioso que había olvidado los nombres de las estrellas más importantes para hacerle hueco al eco de tu nombre entre mis insomnios. Mi mirada se descarrilaba con cada risa que desprendías tras ése libro que tanto te gustaba leer a poca luz y con tu taza roja llena de café sobre la mesa. Es tan difícil frenar cuando te acercas columpiando tus miradas...

Pareces canción de Blues; con cuerpo de saxo, pezones afinados bailando en pentagramas que chirrían en la cama porque no pueden seguir el ritmo.

 Ésa presencia que me hace difícil pensar en lo que debiera; me desconcentras, me despistas. Esa presencia... tu boca húmeda que besa a ritmo de Sweet home Chicago, tus dedos callejeando mientras te vas dejando caer en la cama de sábanas despeinadas. Y entre mis piernas, la luna derritiéndose, resbalando por mis muslos, el amanecer de las mejillas sobre el horizonte de tus labios entreabiertos. Intercambiando pecados con clásicos de fondo.

Pareces canción de blues; cuerpo de saxo, caricias de un piano, improvisaciones nocturnas que hacían perder las partituras, el compás y todo.



Siento; siento que ahora te empiezo a conocer más morfolaberínticamente. No sé si bien o mal, pero sí distinto. De forma única. Diferente. Física y mentalmente; mecánica e ilógicamente... en este reducido espacio donde me muestras todos tus recovecos; en ese tiempo donde las horas se deshilachan en pequeños segundos y éstos en eternos momentos que suspiro lentamente.

Pareces canción de blues; la gravedad de un bajo que se abraza a una guitarra a golpe de batería de tus latidos.

Y he de reconocer que olvidé el miedo al aullido de los demonios de la noche cuándo gemiste lo inefable al someter con dulzura el silencio a tu garganta. Olvidé las noches de verano que acababan en aquelarre cuándo tu piel de otoño se humedecía con las tormentas que tu deseo desataba. Olvidé también mis tropiezos en la cuerda floja cuándo tu cuerpo quería levitar, cuando tus manos se mecían reencarnándose en olas que arrastraban hacia mar adentro todo lo que encuentran.

Pareces canción de blues; acurrucado en mis oídos mientras la noche llora bajo los tímidos focos de mis ojos en niebla.

Apretaste con tus piernas lo que en tu alma se desagraba, retuviste el climax del pecado en mis oídos y en el pentagrama de tu ser que se vertía por un hilo entre mis labios, se escapaba por tu mirada mientras mis manos posadas en tu pecho notaban el acelerar de tu respiración. Mientras te desbocabas y las riendas que te sostenían se rompían en cada espasmo hasta que todo se fue.

Pareces canción de blues; rompiéndose en cada nota mientras la música avanza conquistando la mente de los dedos que tocan.

Mi pelo descansa sobre mi rostro, tus pulmones cogen aire, encierro de nuevo mi alma, tu mirada se pierde en algún lugar lejano encerrado en el techo que nos tapa. Yo me encierro entre tus brazos. Espero que no sea la misa historia de siempre. Estoy cansada de terminar resoplando por quién suspiré tanto; pestañeo... Tu aliento empaña el cristal de la vidriera que me envuelve, un día saldré de ella. Lo prometo.
Durmamos.

Pareces canción de blues; terminada. Canción callada entre el ruido de los cristales de las copas y de las ventanas con la lluvia sonando todavía en mi cabeza. Desordenadamente. Con olvidos y modificaciones... con la infidelidad de mis previas intenciones.




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