La pobreza vestida con sonrisas.

Buenas, Pececillos!

Hoy os vengo a contar algo que a mi me ha tocado la patata. Me ha hecho "Click". Algo que ha conseguido que me sienta tan bien y tan mal, tan útil y tan ciega y afortunada en tan pocos minutos, que...
Ha sido una mañana de limpieza. Ajetreada. Cañera. De estas de qué bien habría estado yo en la cama hecha una bolita... El caso es que hemos ido a la casa que estamos vendiendo, a tirar cosas "inútiles" y cosas varias. Mientras mi tío y ama empaquetaban las cosas para tirar en cajas, bolsas y bolsitas, aita y yo -los brazos fuertes de la familia- hacíamos viajes al contenedor con todo. Viajes al contenedor que estaba a un minuto del portal y que daban para mucho. Para cagarnos en lo más barrido porque nos petaban las bolsas y cajas de cosas sin reparar en lo que pesaba aquello por ejemplo. Por decir algo. Porque claro, cuando lo carga el vecino, todo pesa menos. El caso: Os pongo en situación. La casa tiene ascensor, los contenedores están a 1 minuto del portal. Es decir, lo que tardábamos en bajar a la zona de contenedores desde que dejábamos la basura e íbamos a por más, sería de tres minutos. Cinco como mucho. Hemos bajado colecciones de cromos del año catapúm chin pum, disquetes del año de la polca, libros gordos de petete más usados que el color rojo en una clase de preescolar el día de san valentín. Cojines, vajillas, colchas, ropa de cama, ropa mmmmmuy antigua, mantas...

Bueno, en uno de los viajes, yo he cargado bajo un brazo como buenamente he podido, una caja de cartón llena de cojines, mantas finas de esas que usamos para ver la tele o creernos superman cuando nos la echamos a la espalda y recorremos el pasillo de casa hacia la cocina en busca de munición para seguir con la película de domingo, un par de calcetines prehistóricos nuevos pero de un tejido bastante picajoso por el cuál, nadie iba a usar nunca y por eso se tiraban...etc. Y en el otro brazo, he cogido una planta artificial muy lograda, todo hay que decirlo, y he bajado hacia los contenedores.
Al llegar al de plástico, he tirado la planta. Y una señora de bastante edad y vestida con un traje de falda y chaqueta de pana, llena de collares y con un pelo que ni yo el día en que decido arreglarme para partir tarima, me ha mirado fíjamente. Yo, para mis adentros, he dicho: Qué pasa, ¿Nunca ha visto un humano esta señora para mirarme así? Los cuatro minutos que he tardado en meter la dichosa plantita en el contenedor y me he peleado con todas sus vertientes porque no había dios que metiese eso ahí dentro, la señora no se ha movido. Se había quedado petrificada a metro y nada de mi mirándome fíjamente. Ahí, he empezado a incomodarme, la verdad. Las cosas como son. No estoy acostumbrada a que alguien me observe mientras hago algo tan interesante como pelearme con una planta. Cada vez me ofuscaba más con la planta y cada vez me ponía más nerviosa la señora ahí plantada como otra señal de tráfico más del ayuntamiento. Al fin, he conseguido meter la planta y cuando he agarrado la caja con los cojines y demás parientes que desbordaban por todos lados, la señora me ha mirado más fijamente que nunca y ha hecho un movimiento típico de "tengo más vergüenza que tu, y quiero decirte algo pero no sé cómo". El caso es que ya me ha surgido un sentimiento de agobio, inseguridad, curiosidad y preocupación y la he preguntado: Hola, ¿desea algo? Y se ha agarrado la falda con la mano derecha como cuando preguntas a una niña pequeña que si quiere otro caramelo, produciendo una respuesta corporal de que sí, pero que se muere de vergüenza. Y justo cuando yo estaba a punto de flipar más que nunca ante ese silencio incómodo que se había creado y me disponía a levantar como buenamente podía la caja para no dejarme caer todo, ha hecho un gesto con la mano de "No por favor, no lo tires", y me ha dicho: ¿Vas a tirar todo eso de verdad? Entonces, me he girado y le he respondido que sí, que no me servía ya nada. Y acto seguido, ha sonreído y me ha dicho lo siguiente: "¿Me lo puedo quedar yo todo? No tengo nada de eso ni en buen ni en mal estado. Me gustaría poder llevármelo a casa. ¿Me dejas, maja?". Entonces, he mirado la caja con un asombro que no me cabía dentro y he pensado que cómo podría esa señora con la pinta que tenía de persona de economía media alta, desear tanto eso que yo veía como basura. No lo he dudado y la he dicho que sí, que por supuesto que podía llevárselo. La he advertido de que había cosas inútiles y ella reafirmándose en que a ella le venía bien todo, ha cogido la caja, me ha sonreído, me ha dicho que gracias y se ha ido.

No podía creerme la situación que acababa de vivir mientras que subía a casa a por más. Le he contado a aita un poco por encima el percal y los dos hemos llegado a la conclusión de que la pobreza no se refleja en la indumentaria. Que están ahí fuera. Vestidos más o menos elegantes, pero igual de necesitados que los que duermen en los cajeros con cartones. La necesidad está.
 El caso es que en este otro viaje, aita ha bajado una aspiradora y yo un marco trigrande que era más grande que yo que ya es decir... Bueno, lo hemos dejado entre contenedor y contenedor debido a que no entraba dentro, y nos hemos subido a por más. Añadir, que he hecho hoy todo el deporte del mes con tanto viajecito y peso para arriba y peso para abajo.
Iba a ser ya nuestro último viaje antes de parar para comer. Yo la verdad es que no hacía más que pensar en el plato de alubias que me iba a meter entre pecho y espalda. Así que para evitar hacer más viajes que uno, aita y yo hemos pedido a ama y al tío, que nos metan todo en una bolsa gigante (Tamaño industrial) todo. Ha sido una escena bastante cómica porque era una bolsa tan grande y dura que cabíamos los cuatro dentro y os juro que no exagero porque yo me he metido dentro y eso me valía de habitación casi casi. Me interesa mucho que visualicéis en vuestra mente las dimensiones de la bolsa.  Y bueno, la hemos llenado con siete almohadas pequeñas, cinco mantas gordas prehistóricas que pesaban más que yo cada una, dos mantas nuevas pero viejas que estaban incluso con etiqueta, una chamarra que hemos descartado porque tenía los bolsillos desgarrados por dentro y un par de zapatos de señor que nadie iba a usar nunca jamás. El caso es que ha sido un puro espectáculo el bajar con esa bolsa. No podíamos cogerla al aire del peso y al final, hemos decidido no pasar desapercibidos en mitad de la calle y llevarla arrastrando. Os juro que parecía que llevábamos un paracaídas arrastras. Cuando hemos llegado al ángulo desde el cual se ven los contenedores, he visto a una señora negra cogiendo una bolsa que previamente habíamos bajado en uno de los primeros viajes, que estaba llena de camisetas viejas. Le he mirado a aita y le he dicho que teníamos cosas en nuestra bolsa tamaño buque que igual quería. La verdad es que al final hemos tirado hacia los contenedores derechos porque he pensado que podría ofenderla muy seriamente al ofrecerla cosas que nosotros estamos tratando como basura. Según nos íbamos acercando a los contenedores, yo observaba a la señora que giraba su cabeza hacia nosotros con el paso entrecortado mientras se medio alejaba. Cuando aita se ha girado una vez dejado el sacazo en su sitio y ha empezado a andar dirección a casa, algo dentro de mi ha dicho: Vete y pregúntala.
Entonces, me he acercado hacia donde ella con la mirada fija en ella y la mujer se ha quedado quieta en seco. Según he llegado a su altura, lo primero que me ha dicho es un gracias. "Gracias por haber tirado estas camisetas, a mi me vienen muy bien". Y sólo he sabido sonreír. Visto que no iba a meter mucho la pata vista la ropa que llevaba la pobre señora y el carro lleno de cachibaches que portaba, la he advertido de que acabábamos de bajar entre mi aita y yo una bolsa enorme con una chamarra dentro que estaba en perfecto estado quitando el tema de los bolsillos. Le han faltado segundos para agarrarme del brazo, acariciarme la cara y sonreírme. La he acompañado a la bolsa y yo misma le he enseñado la chaqueta. Al ver dentro de la bolsa la cantidad de mantas que había, me ha dicho con cara sobresaltada de felicidad "¿Eso son mantas gordas?". La he mirado a los ojos, y os juro que he visto la necesidad personificada. Y me he sentido fatal por no valorar ese montón de "Basura" como lo hacía ella. Su cara os aseguro que se ha iluminado cuando la he respondido que sí, que además había alguna nueva, ya que me daba apuro que se llevase mantas viejas. Me ha asegurado que la he hecho feliz. Que la he alegrado el día, que iba a hacer feliz a su familia al llegar a casa con esas cosas y que la chaqueta sería el regalo de navidades perfecto para su hija. Me ha costado mucho no echarme a llorar en una mezcla de tristeza por lo que veía, alegría, ternura y dulzura. Ella se llama Kiddy. Me ha preguntado mi nombre para contarle a su marido que gracias a lo que Bego ha tirado y la ha avisado de que estaba dentro de ese enorme saco al que otro podía haber echado el guante antes que ella, ellos podrán dormir calentitos este invierno. Ha agarrado el saco ella sola y ha tirado carretera y manta hacia su casa ella solita con él. Mientras se alejaba, me sonreía. Me he sentido... no sabría describiros el estado de ánimo con palabras.

Han sido 10-15 minutos en los que os juro que he tenido los ojos más abiertos que nunca. Que he sentido la inseguridad detrás del semblante más firme. Que he visto lo que es leer en unos ojos negros azabache la necesidad de que ansía que alguien le de un mínimo que a él le sobra, para que sea lo más. Lo mejor que le podía pasar. Y escuchar una sonrisa muda que gritaba más agradecida que el más alto de los "GRACIAS".

Y poco más os puedo contar; eso es todo, pececillos. Necesitaba contaros lo que he vivido esta mañana sacando la "basura".

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