Quien lo entienda, que lo explique.

Amor, todos hablan de ti. A ver si un día nos presentan.

Te propongo algo:

Cojamos el segundo tren que dejemos pasar y vayamos a París para probar la adrenalina de salir corriendo sin pagar del bar más cutre y menos romántico de la ciudad mientras me pides que sea tu no novia colocando la anilla de la coca-cola en mi dedo pulgar. Ok. Una vez libres, vayamos a Las Vegas. Allí me tatuaré sin tinta tu nombre en una nalga y tú mis mordiscos en el cuello. Mordiscos de una borracha que agarra tu mano mientras observa la aguja por el rabillo del ojo. Juguemos una vez más lo que sentimos a la ruleta rusa y si perdemos, olvidamos la habitación cara y la lujuria en el jacuzzi y nos ganamos una noche en un motel de carretera mientras viajamos a Roma. Una vez allí podemos aclarar al mundo que ni nuestro amor es para tan poco ni el desastre de la ciudad para tanto.


Oferta hasta fin de borrachera.

Eres amargo lunes cargado de chocolate.
El frío helado.
Eres invierno cálido que roza mi piel,
aroma de una Troya más paraíso que infierno.

Así eres; café de miércoles y sorpresa de domingo.
Pasión de noche y el vértigo de un rascacielos.
La carretera diagonal con vistas al puede ser.

Así eres tú.
Sonrisa inmensa bajo la lluvia. Rubor de mis mejillas.
Nunca hubo demente mayor que yo; que mi curisidad.
Mi necesidad de asomarme a tu abismo.
Qué hostia tan dulce.

Pensemos:

¿Quién gana más y quién pierde más?

Será el calor que se apaga por el frío o es el fuego quién consume al hielo... Yo que he probado tu cielo y tu infierno, creo que puedo decir con total seguridad, que la parte más tentadora del hielo es esa que quema. Me pregunto si tú me abrazarías para enfriarme si un día sólo pudiese reir llamas. Cuándo todo se ponga patas arriba. ¿Seguirás ahí? ¿Seguirás sin estar ahí? Todos creen que soy hielo macizo. Con la primera sonrisa me derretí. Bonito deshielo. Eres ocaso.


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