Bohemian Rhapsody.

Hay personas que saben a desorden premeditado, personas que atrapo en mis ojos color café hasta que el vaho de la habitación me deja divisar en el horizonte de mis carreteras. Rutas que no se transitan en época de helada interna debido al alto riesgo que supondría la travesía. Esos ojos del color asociado al infinito temblaban casi tanto como mis pies tras desgastarlos metidos en aquellos zapatos durante horas. Las hay que son tan desorden y tan premeditado que no sabes por dónde empezar pero sabías desde que las conociste, que serían el próximo puzzle que intentarías completar pieza a pieza, pauta a pauta. Nota a nota. Tan desordenado que me sentí un mapa y brújula entre tus manos intentando elegir destino. Tan premeditado que dentro de la alteración de los acontecimientos y lo que se supone que se hace, sabías perfectamente a dónde querías llegar. Y risas. No sabíamos a dónde íbamos pero mi mano se descarrilaba con cada intento por descifrar la resistencia de aquel viaje vestido de pingüino... y era difícil parar a leer las instrucciones. Así que pasó.



Parecías canción de Rock. Compás de 4/4, pelo alborotado y solos de guitarra seguidos por la intensa voz del cantante a capella. O no tan intensa. Y no tan a capella. O si. Sobre la cama. O no.

Esa indecisión por lo inexplorado y la duda por probar algo nuevo. Esa que hacía que no pudiese procesar lo que estaba a punto de empezar. Pero estábamos. Estabas. Y en todo desierto aparece un pozo que aliente y de cabeza sin pensarlo. Un trago y hasta dentro. Hache dos o de la vida... Vida que parecía pararse aquella noche. Tus brazos me agarraban como si de la canción Bohemian Rhapsody se tratase. Como cuando descubres que la música lineal es sólo lo fácil y preestablecido. Intercambiando lo previsible con el tempo y la tonalidad de la balada introductoria.


Parecías canción de Rock acompañada por un bajo. Dedos precisos, equilibrista entre las cuatro cuerdas, el mi y el si resonante. Segmento operístico y descontrol de estructura, noción y pauta.

Siento; sentí que empezaba a descubrirte más morfodudísticamente hablando. No sé si era positivo o negativo. Lo correcto o no; pero era distinto. Todo fluía entre las voces medio y agudo respectivamente. Y se incorporaba todo simultáneamente. Guitarra, batería, timbales, bajo eléctrico y el gong. Todo mientras sonaba el estribillo de aquella confesión. Life has just began. Y calma... calma que parecía desembocar en estribillo que no llegaba. Que no cese ese vaivén insinuabas con esa media sonrisa escondida entre el desorden.

Parecías canción de Rock cubierta por la gravedad de un bajo abrazado a una guitarra a golpe y ritmo de batería.

Y en ese instante, el gong. Entendí que era el momento de pasar de página y seguir leyendo la partitura de la siguiente cara. Decisión premeditada envuelta por seguridad y firmeza que emanaba de la mueca que te regalé. Y pasé a la improvisación que me permitían mis temblorosas caderas en el escenario. Olvidé tus primeros torpes pasos en la cuerda floja del si y el no sobre el quizás y con las manos posadas en tu pecho sentía el ritmo que tenía que seguir guiada por tus latidos. Y seguimos el viaje en este descapotable de dos puertas hacia a saber dónde con la música a todo volumen.

Parecía canción de Rock estrellándose en el tímpano mientras la noche avanzaba conquistando los sentidos que quedaban sobrios en ese mar de previos hielos y poca tónica.

Mírame a los ojos mientras cantas, quiero ver lo que quieres decir con cada letra dibujada sobre el pentagrama de mi carretera, viajero. Y apretaste las piernas como si del último aliento se tratase... y subiste a fa mientras fijabas la mirada en aquel final que parecía no llegar. El cantante parecía exhausto y el aire parecía que no corría en la habitación. Pestañeé. La risa volvía a ser presente al ver la situación. Yo no quería terminar el viaje pero nos quedaba poca gasolina y no tenías dónde repostar. Así que buscaste en mi mochila con la intención de dar con una solución pero no encontraste más que viejas penas desgastadas de tanto arrugarlas y algo muy efímero y real a la par que positivo que estaba presente en ese instante. Éramos libres. Sin gasolina o no el viaje estaba en marcha y el reloj y el viento estaban a favor. Abrimos la ventanilla y dejamos que la música cesara. La última nota guiada por la ansiedad y la euforia de la guitarra eléctrica.
Y fin.


Parecía canción de Rock culminada; partida en dos. O en tres. Canción delicada que se sostenía por la melodía que la luna susurraba. Canción callada resonante en el cristal de la copa de Champagne y de las mamparas que cubrían el mar para que no se escapase ni la más mínima gota y cayese por el abismo de lo premeditado y preestablecido. Con modificaciones... con la infidelidad de nuestras previas intenciones.






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