Por el lado de la mantequilla.

Es. Transparencia. Inocencia. 


No es cómo actúa, si no cómo me hace reaccionar. Tampoco es cómo lo hace; más bien cómo me hace desearlo irracionalmente. Ni por lo que me promete. Más bien por lo que me propone y pospone por mi. Y cómo me hace no aguantar la espera sin saber por qué. La idea de tenerme fugazmente y poseerme hoy sí, mañana puede y pasado quién sabe y su forma de actuar cada vez que cedo más y más; y más. Y sabe que soy agua entre sus manos pero sigue apretando. Sigue pensando que cabe la posibilidad de que decida ser la porción de humedad vital que necesita. 

Y me encanta. Más que por lo que hacemos, por lo que no, pero sí. Impulsos a flor de piel. Caja blindada que pierde eficacia cuando roza con sus grandes y suaves manos. Es como si la seda te abrazase o rozase la cara, agarrase los mofletes y agarrándote del pelo te pegase un pequeño tirón convertido en adrenalina para mi piel y terminase besándome fuertemente. Pero acabando lento. No sabría describirlo. Es paz, comodidad, calidez, refugio. Y a la vez, suyo. Vive en su caparazón. Y sorprende. Porque después de todo, ha decidido abrirme sus puertas, meterme dentro, encender la chimenea y ser constante para que el hielo que me cubre empiece a cuartearse. Y sea penetrable. Pum. Dentro. Y así. Aquí y allí. Sobre la mesa y el sofá, en esa vieja cama, en el ascensor y en el coche. Le hace ilusión que le sonría. Y afirma que no me necesita, pero que le hago ilusión. Y me contagia. No mide los pequeña y no sé si es consciente de que agranda todo notablemente. Y es un sinvergüenza... Sí, de los grandes, pero me encanta. Y sigo negándolo, como si no supiese que la tostada va a terminar cayendo por el lado de la mantequilla.


Y quiero; quiero porque me hiciste sonreír cuando sólo quería correr. Y me dijiste que te gustaba leerme lo que no escribía y me aficioné a ir a la biblioteca a pesar de la indecisión de saber si quedaría hueco en la estantería para otra historia más. Porque me has dejado claro que cuando alguien quiere algo no usa palabras. Tus hechos hablan solos y me hacen hablar de más. Que los planes se pueden ir a la mierda, pero seguimos siendo y podemos acabar en un lugar deshabitado viendo anochecer cantando canciones de las cuales no nos sabemos la letra pero desde entonces, suenan y las cantamos. 

Es. Persistencia. Cabezonería. Se llama viento (para mi pelo).


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